Kalle Lasn pasa la mayoría de sus noches barajando recortes
adentro de una carpeta de plástico, cada uno de los cuales representa
una página de un número de Adbusters, una revista bimensual que fundó y
edita. Es un proceso táctil, como hacer un collage, y ocasionalmente
Lasn publica una página con sus propias anotaciones escritas a mano. Por
este trabajo absorbente adquirió la costumbre de no ver las noticias
nocturnas. Así que no fue hasta la mañana del martes 15 de noviembre que
se enteró de que cientos de policías se habían concentrado en el bajo
Manhattan a la 1 Am y barrido el campamento de Zuccotti Park. Si alguien
podía atribuirse responsabilidad sobre la situación en Zuccotti, era
Lasn: Adbusters había propuesto la idea del campamento, la fecha en que
debía producirse la ocupación inicial y el nombre de la protesta —Occupy
Wall Street. Ahora, el epicentro del movimiento había sido víctima de
una razzia. Lasn comenzó a pensar de qué modo esto podía ser una buena
noticia.
Lasn tiene 69 años y vive con su esposa en una granja de cinco acres
fuera de Vancouver. Tiene pelo blanco cada vez más escaso y los ojos
pequeños de un bulldog. Con voz musical, habla de “una era oscura que
llega para la humanidad” y de “matar al capitalismo”, alternando
arranques pasionales con una risa amable. Ha aprendido a no dejar que
las premoniciones del apocalipsis arruinen su buen humor.
La
revista, que fundó veintidós años atrás, pinta al mundo desarrollado
como una pesadilla de colapso ambiental y vacío espiritual, conducida al
borde de la destrucción por sus apetitos consumistas. Las imágenes de
Adbusters –un lactante tatuado con logos de corporaciones; un Barack
Obama sonriendo con una nariz roja de payaso— se combinan con textos
igualmente provocativos y se vuelven un montaje paginado. Adbusters no
es sólo una revista radical que convoca al fin de la vida como la
conocemos, sino que es, por lejos, la que mejor luce.
Lasn recibió la llamada telefónica sobre el desalojo de Zuccotti
mientras leía en la cama “The Sense of an Ending” de Julian Barnes. Se
levantó y revisó su correo electrónico. Había un mensaje de Micah
White, editor senior de Adbuster y más cercano colaborador de Lasn.
“¡Escalofriante timing!”, había escrito White. Más temprano esa misma
noche, Adbusters había enviado su más reciente “informe táctico” –un
e-mail masivo a los 90.000 amigos de la revista—en el que proponía que
los manifestantes de Occupy en el país lanzaran una fiesta a mitad de
diciembre, declararan la victoria y se retiraran de los campamentos.
Pocas horas después, policías de Nueva York comenzaron a repartir un
comunicado en el que se afirmaba que el parque se había vuelto peligroso
y antihigiénico, y se ordenaba a los manifestantes que se marcharan, de
modo que pudiera ser limpiado. Aquellos que se rehusaron a irse fueron
arrestados, y lo que fuera que dejaron fue transportado por el
Departamento Sanitario a un depósito en la calle 50 Oeste. Después de
una larga noche de marchas y reuniones furiosas, se permitió a los
manifestantes volver a Zuccotti, con nuevas prohibiciones contra las
tiendas y contra instalarse a dormir. La protesta continuó, pero los 59
días de ruda y anárquica libertad sobre un pedazo de granito del bajo
Manhattan se habían acabado.
White encontró a Lasn por teléfono poco antes de las nueve. Lasn
estaba en la bañera, y White le contó detalles del desalojo que había
encontrado online. La Policía había establecido un estricto cordón
contra los medios, bloqueando el acceso desde las calles cercanas. “Fue
una operación al estilo militar”, dijo. Estas palabras hicieron pensar a
Lasn en el sangriento alzamiento en Siria. Rápidamente decidió que el
aparente fin de Zuccotti no era una tragedia sino la última de una serie
de oportunidades traídas por la crisis, lo que llama “momentos
revolucionarios” similares a la golpiza de un vendedor de frutas de
Túnez. “¡No puedo creer cuán estúpido puede ser (NDT: el alcalde de
Nueva York, Michael) Bloomberg!”, me dijo más tarde ese mismo día. “Esto
significa escalar el conflicto. Subir la apuesta. Es un paso más hacia,
sabés, una revolución”.
Lasn y White compusieron rápidamente un plan post-Zuccotti. White
redactaría un nuevo memorándum para sugerir que la Fase I –carteles,
actos, campamentos, marchas—se había terminado. La Fase II involucraría
una bullente estrategia de “ataques sorpresa contra la normalidad”, con
la posibilidad de ser “más intensos y viscerales, dependiendo de cómo
reaccionen los Bloomberg del mundo”. White podía oír la excitación en la
voz de Lasn. Aun cuando despotricaba sobre la contrarrevolución de la
mañana, estaba haciendo lo que podía para no saltar de alegría.
Así comenzó Occupy Wall Street: como uno más de tantos planes a medio
hacer de las conversaciones entre Lasn y White, quien vive en Berkeley y
no ha visto a Lasn en persona por más de cuatro años. Ninguno puede
recordar quién tuvo la idea de tratar de tomar el bajo Manhattan. A
principios de junio, Adbusters envió un e-mail a sus suscriptores en el
que afirmaba que “los Estados Unidos necesitan su propia Tahrir” (NDT:
por la Plaza Tahrir, epicentro de la revolución egipcia de este año). Al
día siguiente, White escribió a Lasn que estaba “muy animado por el
meme
(NDT: tópico, idea, etc) Ocupy Wall Street… Creo que deberíamos hacer
que ocurra”. Propuso tres posibles websites: OccupyWallStreet.org,
AcampadaWallStreet.org y TakeWallStreet.org.
“El No. 1 es mejor”, replicó Lasn el 9 de junio. Esa noche, registró el dominio OccupyWallStreet.org.
White, que tiene 29 años, es hijo de una madre caucásica y un padre
afroamericano. “No encajo realmente con un grupo o el otro”, me dijo.
Asistió a escuelas públicas de los suburbios, donde comenzó una serie de
campañas solitarias contra la autoridad. En la escuela media, con la
bendición de sus padres, se rehusó a pararse para la jura de la bandera.
En la secundaria, fundó un club de ateos, pese a las objeciones del
director. Esto llevó a una aparición en “Politically Incorrect”, y
organizaciones ateas invitaron a White a sus conferencias para que diera
charlas. “Se me subió a la cabeza”, dijo. “Me convertí en un niño ego.
El ego destruye. Era demasiado joven para entenderlo”.
Aunque se define como un “anarquista místico”, White tiene tres
reglas estrictas que gobiernan su día: No a las siestas. No a los
snacks. Vestite (No naps. No snacks. Get dressed). “Por vestir”, me
dijo, “quiero decir pantalones y una camisa. Suficiente como para que si
alguien viene a la puerta y golpea no te pongas totalmente en
ridículo”. Después de graduarse en Swarthmore, escribió una carta a
Lasn, a quien no conocía, diciéndole que llegaría a Vancouver en unas
semanas y que quería que lo pusiera a trabajar.
Lasn nació en Estonia, pero sus recuerdos más tempranos son de los
campos de refugiados alemanes en los que terminó su familia después de
huir del Ejército Ruso durante la Segunda Guerra Mundial. Recuerda
dormirse en una cuna mientras su tío hablaba de política con su padre,
un campeón de tenis que enterró sus trofeos en el patio trasero antes de
subir a toda prisa a su familia a uno de los últimos barcos hacia
Alemania. “Guerras mundiales, revoluciones –cada tanto, realmente
ocurren grandes acontecimientos”, me dijo. “Cuando llega el momento,
todo lo que hace falta es una chispa”.
La familia de Lasn dejó el campo de refugiados para ir a Australia,
donde creció. Tiene un título en matemáticas aplicadas, y comenzó su
carrera diseñando juegos de guerra por computadora para el ejército
australiano. Usando sus conocimientos, fundó una compañía de
investigación de mercado en Tokio durante el boom de posguerra en Japón,
donde, metiendo tajetas perforadas en el aparato de IBM, recaba
informes para marcas de consumo, muchas de ellas productos de alcohol y
tabaco. “Es fácil general lo cool si tenés los mangos, las celebridades,
las ideas correctas, los eslógans correctos”, dice. “Podés meter ideas
en la cultura que luego tienen vida propia”. Hizo mucho dinero, viajó
alrededor del mundo, se mudó a Canadá y se dedicó al cine experimental y
a la protección del medio ambiente. En 1989, cuando la CBC rehusó
venderle tiempo de aire para su “bomba mental” de treinta segundos
dirigida contra la industria forestal, Lasn comprendió que sus ideas
políticas nunca tendrían lugar en los medios masivos. Con Bill Schmalz,
un hombre del aire libre que había trabajado con él como camarógrafo,
Lasn fundó Adbusters.
Lasn dice que Adbusters tiene una circulación mundial de unos 70.000
ejemplares. La revista no acepta avisos y se basa en ventas y
donaciones. Adbusters fue un defensor temprano del Buy Nothing Day, una
fiesta de protesta, a fin de noviembre, durante la cual la gente se
abstenía de comprar. En 2003, Lasn comenzó a producir Blackspot, una
zapatilla hecha parcialmente de cannabis (marihuana) que todavía vende
por Internet. Lasn ha usado mucho la revista como una plataforma para
criticar vivamente el modo en que Israel trata a los palestinos, y su
momento más polémico ocurrió en 2004, cuando escribió un ensayo sobre
cómo los judíos influían en la política exterior norteamericana. Junto
con el ensayo había una lista de poderosos neoconservadores, con
asteriscos junto a los nombres de aquellos que Lasn creía que eran
judíos.
Esta primavera, la revista impulsaba boicots contra Starbucks (por
arruinar tiendas locales) y el Huffington Post (por explotar a
ciudadanos-periodistas). Luego, a principios de junio, el departamento
de arte diseñó un póster que mostraba a una bailarina posando sobre la
escultura del “Charging Bull” (Toro a la Carga), cerca de Wall Street.
Lasn había pensado en la imagen una noche mientras paseaba a su pastor
alemán, Taka: “la yuxtaposición del dinamismo capitalista del toro”,
recuerda, “con la quietud Zen de la bailarina”. Detrás, unos
manifestantes emergían de una nube de gas lacrimógeno. La violencia
tenía una cualidad altamente estética, casi de sueño –la rúbrica de
Adbusters. “¿Cuál es nuestra única demanda?”, preguntaba el póster.
“Ocupá Wall Street. Traé una carpa”.
White y Lasn pasaron unos días a principios de julio debatiendo cuándo debía
comenzar la ocupación. White argumentaba que debía ser el 4 de julio de
2012, de modo que los manifestantes tuvieran tiempo de prepararse.
Lasna creía que el clima político podía haber cambiado totalmente para
entonces. Propuso fin de septiembre de este año; luego, se plantó en el
17, día de cumpleaños de su madre. White se mostró de acuerdo. Lasn
ordenó al departamento de arte que insertara “17 de Septiembre” debajo
del toro y la bailarina, y Adbusters dedicó un correo de informe táctico
el 13 de julio exclusivamente a la ocupación propuesta.
White vigiló mientras la propuesta del e-mail corría por Twitter y
Reddit. “Las campañas normales son una pesadez con pocos dividendos,
como subir una bola de nieve por una ladera”, dijo. “Esto fue lo
contrario”. Quince minutos después de que Lasn envió el e-mail, Justine
Tunney, de veintiséis años, lo leyó en Filadelfia en su RSS (NDT:
suscripción digital). Al día siguiente, registró el dominio
OccupyWallSt.org, que pronto se convirtió en cuartel general online del
movimiento. Comenzó a manejar el sitio con un grupo pequeño, muchos de
cuyos miembros eran, como ella, anarquistas y transexuales (transgénero)
(Se llamaban en broma el Orden TransMundial).
Alentado por la rápida respuesta online, White se conectó con New
Yorkers Against Budget Cuts (Neoyorquinos contra los Cortes de
Presupuesto), que habían organizado antes una ocupación, llamada
Bloombergville, y estaban planeando un acto para el 2 de agosto en el
“Charging Bull” para protestar contra los cortes presupuestarios que
podrían realizarse a raíz de la crisis de la deuda estatal. Acordaron
unir fuerzas, y N.Y.A.B.C. dijo que dedicaría su acto a planear la
ocupación del 17 de septiembre.
Esto derivó en cierta confusión el 2 de agosto, cuando montones de
estudiantes y activistas sindicales aparecieron esperando un acto de New
Yorkers Against Budget Cuts. Montaron una pequeña tarima y comenzaron a
lanzar discursos por los amplificadores, que disgustaron a la
cincuentena de seguidores de Adbusters, en su mayoría anarquistas, que
habían llegado esperando la sesión de planeamiento. Hubo algunos gritos
enojados antes de que un grupo de anarquistas se separara, formara un
círculo con adoquines y se sentara a tener su propia reunión.
Los anarquistas acordaron de inmediato utilizar métodos de
organización “horizontales”, de acuerdo con los cuales las reuniones son
conocidas como asambleas generales y los participantes toman decisiones
por consenso y opinan continuamente mediante gestos de la mano. Mover
los dedos en forma ondulante, con la palma hacia afuera, apuntando
arriba, significa aprobación de lo que se dice. La palma hacia adentro,
apuntando abajo, significa desaprobación. Cruzarse de brazos indica un
“bloqueo”, una objeción seria que debe ser oída. Algunos participantes
conocían este tipo de encuentro de tradiciones de la izquierda que se
remontan al movimiento de los derechos civiles y antes aún.
Más tarde esta misma noche, David Graeber, un profesor de cincuenta
años de la University of London y un teórico anarquista que ayudó a
facilitar el primer encuentro, envió un e-mail a White, en Berkeley,
pidiéndole guía. “¿Cómo empezó todo?”, preguntó Graeber. White le contó,
y le dijo que el objetivo era “lanzar la idea y la gente a la calle”.
Añadió: “No pretendemos controlar lo que ocurre”.
Desde los inicios, Lasn y White sostuvieron que los ocupantes de Wall
Street necesitaban un mensaje claro. Los revolucionarios del Cairo,
escribieron, presentaron “un ultimátum directo”: no dejarían la plaza
hasta que el presidente Hosni Mubarak dejara el cargo. Adbusters
invitaba a los lectores a “concentrarse en cuál debería ser nuestra
demanda”. Las ideas sugeridas incluían una comisión presidencial
encargada de terminar con la influencia del dinero en la política y un
“impuesto Robin Hood” del uno por ciento sobre todas las transacciones
financieras.
Después
de la concentración del 2 de agosto, el centro de gravedad del
movimiento se trasladó de Vancouver a Nueva York. Los manifestantes que
planeaban la ocupación de septiembre volvieron a reunirse el 9 de agosto
en el Irish Hunger Memorial, cerca de Battery Park; todas las reuniones
siguientes se realizaron en el lado sur del Tompkins Square Park.
Enseguida decidieron llamar a la organización New York City General
Assembly (Asamblea General de la Ciudad de Nueva York).
En teoría, el trabajo de organizar los encuentros rotaba entre los
ochenta y pico de asistentes. En la práctica, recayó sobre un mucho más
pequeño grupo de personas que tenían experiencia con el proceso de las
asambleas generales. El movimiento sin líderes desarrollaba líderes.
Graeber estaba entre estos primi-inter-pares, así como Marisa Holmes,
una anarquista y cineasta de veinticinco años. Holmes tiene pelo negro y
es elocuente; tiene el truco parlamentario de hacer que duros
ultimátums suenen aceptables, incluso ligeros. Cuando quería enfatizar
un punto, no levantaba la voz; giraba las palmas hacia arriba y se
alzaba de hombros. A principios de este año, voló al Cairo y filmó las
manifestaciones en Tahrir. “Era lo mismo que aquí”, dice. “Tenían
oradores, banderas, acciones directas. Pasé el noventa por ciento del
tiempo en cafés, tomando café turco y hablando”.
A las 11 A.M. del sábado 17 de septiembre, un maestro de escuela
primaria que llamaré P. dejó su departamento de Brooklyn y subió al
subterráneo rumbo a Manhattan (Pidió ser identificado por la primer
letra de su apellido porque teme ser despedido). Vestía un sweater rojo y
pantalones marrones. Más temprano, esa mañana, había enviado un vago
e-mail informando a un compañero de trabajo que podía no presentarse el
lunes por la mañana. Era parte del Comité Táctico, un subgrupo de la
Asamblea General cuya responsabilidad era determinar dónde, exactamente,
tendría lugar la ocupación.
P. tomó el subte a Bowling Green. En su camino hacia la salida, pasó
una línea de policías con perros para detectar bombas. Afuera, la
Policía había rodeado el “Charging Bull” con barricadas y, pocas cuadras
hacia el norte, cerrado un pedazo de Wall Street alrededor de la Bolsa.
P. trató de lucir despreocupado mientras cargaba un bolso negro de
mensajero que contenía un equipo de primeros auxilios, una solución
embotellada de líquido antiácido y agua (para remediar los efectos del
gas lacrimógeno y al spray de pimienta), quince barras Clif (torta de
zanahorias) y varios cientos de mapas fotocopiados que mostraban siete
posibles locaciones. “Decidimos que los métodos de comunicación de baja
tecnología serían lo mejor”, me explicó. “Si hubiéramos usado mensajes
de texto masivos o Twitter, hubiera sido fácil para la Policía rastrear
quién lo estaba haciendo”.
P. obtuvo un título en matemáticas en una universidad pequeña de
artes y toca en dos bandas, “algo de punk, algo de ruido”. Como la
mayoría de los organizadores del núcleo de Occupy Wall Street, P. es un
anarquista, lo que implica que está “dedicado a la erradicación de
cualquier sistema injusto o ilegítimo. Cuando menos, implica la
erradicación del capitalismo y el Estado”. No rompe vitrinas de bancos,
aunque dijo que no necesariamente desaprueba a la gente que lo hace.
En Bowling Green, varios cientos de manifestantes se habían reunido
cerca del Museum of the American Indian. En las semanas previas,
miembros de la Asamblea General hacían acumulado comida, arreglado
posibles fianzas y distribuido volantes. Con todo, la mayoría de ellos
tenía dudas de que la ocupación lograra algo. “Yo, como muchos otros,
esperaba que se apagara en un par de días”, dice Marisa Holmes.
P. encontró rápidamente a los otros dos miembros del Comité Táctico,
hombres blancos de veintipico. Los tres estaban “extremadamente
nerviosos”, dice P. Se fueron a explorar la Locación Dos: tres cuartos
de acre de acacias de tres púas y bancos de granito, a pocas cuadras al
norte, un lugar llamado Zuccotti Park. Estaba casi vacío y había pocos
policías cerca. Según había sabido el Comité Táctico en su búsqueda, la
Locación Dos era un espacio público de propiedad privada. Mientras que
la ciudad podía cerrar los parques públicos al atardecer, o imponer
otros toques de queda, las leyes de zonificación exigían que el
propietario de Zuccotti mantuviera el parque abierto para “recreación
pasiva” las veinticuatro horas del día.
Enseguida, se distribuyeron mapas y la gente comenzó a murmurar:
“Vayan a la Locación Dos en treinta minutos”. Los primeros en llegar
tomaron asiento bajo los árboles del lado este, se organizaron en
pequeños grupos y comieron sándwiches de manteca de maní y mermelada.
Para la tarde, casi mil personas se habían reunido para una asamblea
general. Más tarde, esa noche, P. se fue a casa; casi trescientos de sus
camaradas se instalaron a dormir allí.
En pocas semanas, el campamento se volvió más estable, con tiendas,
escritorios, caminos, wi fi, una cocina y una extensa biblioteca. Cierta
organización tomó forma, con gente en lo que parecían interminables
listas de grupos de trabajo: Estructura, Capacitación, Sanidad, Comida,
Acción Directa, Espacios Seguros. Un balance de mitad de octubre del
Grupo de Trabajo de Finanzas de la ocupación informó que había recibido
450.000 dólares en donaciones, que guardaba en dos cuentas en el
Amalgamated Bank. Casi cada tarde, durante dos meses, dependiendo del
clima, cientos de personas se reunían en el parque. Algunas eran
atraídas por las cámaras y el espectáculo; algunos venían por comida,
refugio y atención médica; algunos, por la conversación política seria y
porque creían que este bien podía ser el comienzo de una revolución.
¿Qué quería el movimiento? El 20 de septiembre, a tres mil millas de
Zuccotti Park, White y Lasn trataban de escribir un manifiesto en forma
de carta dirigido al presidente Obama. Pretendían que se ajustaran las
regulaciones a la industria financiera, que se prohibiera el comercio de
alta frecuencia, que se arrestara a todos los “estafadores financieros”
responsables del crash de 2008 y que se formara una comisión
presidencial para investigar la corrupción en la política. “Nos quedamos
aquí, en nuestro campamento en la Plaza Libertad” —nombre del Zuccotti
Park post-ocupación—“hasta que usted responda a nuestras demandas”,
concluía la carta.
“Micah, es un borrador maravilloso”, replicó Holmes el 22 de
septiembre, cuando White se lo envió por correo electrónico. “Sin
embargo, la Asamblea General está en este mismo proceso de redactar una
declaración. Debería estar lista esta tarde”. Una semana más tarde, la
Asamblea General adoptó una “Declaración de la Ocupación”, que es más
una visión del mundo que una lista de demandas. “Escribimos para que la
gente que se siente perjudicada por las fuerzas corporativas del mundo
puedan saber que somos sus aliados. . . No se puede alcanzar ninguna
democracia verdadera cuando el proceso es determinado por el poder
económico”. El resto de la declaración de 600 palabras es absorbida,
sobre todo, por “quejas” que atribuyen la culpa de todo, desde el veneno
en la comida a la crueldad contra los animales, a esas fuerzas
corporativas, mencionadas sólo como “ellos”. ¿Qué debería hacerse para
remediar estos males? “Ejercitar su derecho a reunirse pacíficamente;
ocupar el espacio público; crear un proceso para encarar los problemas
que enfrentamos; y generar soluciones accesibles para todos”.
Para muchos, en el parque, la vaguedad era una virtud. También tenía
una historia. En 1962, los estudiantes radicales se reunieron en
Michigan para completar la Declaración de Port Huron, el documento
fundacional de Students for a Democratic Society (SDS). Un estudiante
argumentó que un borrador de trabajo anterior era demasiado utópico e
impráctico. Pero Tom Hayden, el autor principal, escribió que el
movimiento debía “permanecer ambiguo en su dirección por un tiempo: no
matarlo inmediatamente imponiendo fórmulas… Cuando la conciencia se
encuentra en el estadio apropiado, podremos hablar sobre soluciones en
serio y de un modo orientado a la acción”.
Enseguida después de terminar la declaración, los primeros organizadores comenzaron
a tener un problema: sus soluciones estaban destinadas a ser accesibles
a todos, pero también sus protestas. Las multitudes en esas primeras
reuniones llegaron en respuesta a mensajes transmitidos por un canal
estrecho, la lista de Adbusters. Estaban comprometidas con un objetivo
tangible, con un plazo inmediato. Pero a principios de octubre, a medida
que los medios nacionales tomaron la noticia del Zuccotti Park, el
restante noventa y nueve por ciento (NDT: los ocupantes se definían como
el noventa y nueve por ciento de la población y acusaban al uno por
ciento de ricos de manejar la política y el poder de los Estados Unidos)
comenzó a aparecer. La Asamblea General (AG) tuvo que atajar tres
nuevos desafíos a la vez: resistir; manejar un poblado casi permanente; y
guiar una conversación política mucho más amplia y cacofónica. Y todo
esto había que hacerlo casi sin calefacción, agua corriente o
electricidad.
El consenso —el método acordado de tomar decisiones— no era tan fácil
entre cientos de autoidentificados como gente del noventa y nueve por
ciento, cuyas ideas políticas iban del liberalismo (progresismo) del
“Daily Show” (NDT: talk-show cómico-político progresista conducido por
Jon Stewart) al anarquismo insurreccional. Dadas las reglas básicas
definidas por la gente que se sentó sobre los adoquines en agosto, no se
podía tomar decisión alguna sin dar a todos los asistentes la
oportunidad de cruzar sus brazos y bloquear la reunión. De acuerdo con
las reglas de la AG, un voto de nueve décimos podía superar un bloqueo,
pero sólo después de que cada bloqueador hubiera explicado sus
objeciones y los facilitadores hubieran respondido. La gente menos
razonable a menudo recibía la mayor cantidad de tiempo para hablar.
“La AG es Hermosa, pero no es un cuerpo de toma de decisiones
eficiente”, me dijo Holmes a mitad de octubre. Quería que las cosas
fueran un poco más jerárquicas, con un Consejo de Voceros que tendría
una limitada autoridad cotidiana sobre el campamento.
El 28 de octubre, tres docenas de miembros del Grupo de Trabajo de
Facilitación se reunieron en mesas de metal en un atrio público en Wall
Street 60 para establecer la agenda de esa noche. Iban a discutir la
propuesta de Holmes otra vez, pero ¿qué más? Un anciano de cejas
pobladas filmaba las deliberaciones. Dijo que representaba al Grupo de
Demandas, y que quería que la AG pidiera trabajos para todos. “La AG ya
dijo que este es un movimiento sin demandas”, respondió otro hombre.
“Así que ¿cómo puede haber un grupo dedicado a las demandas?”.
Otra gente se acercó a los facilitadores. Un grupo de herbalistas
quería 1.500 dólares para hacer medicinas. Algunos querían presentar los
“Principios de Paz de los Nortemericanos Nativos”, derivados de la
Confederación Iroquois. Alguien más tenía un modelo de transparencia de
la facilitación, una planilla para evaluar a los facilitadores. Un
representante de un grupo de estudiantes de la New York University pidió
formalmente a la AG que respaldara el Día de Acción de Occupy Oakland.
Fue informado que tal respaldo ya había sido hecho. Pocos minutos
después, todo el mundo comenzó a hablar a la vez. “¡Eehh!”, gritó un
facilitador. “Tomemos un respiro y concentrémonos. Esta es una
conversación válida, pero no es el lugar correcto para tenerla”.
Cuando la reunión de facilitación estaba cerrando, llegó Marisa
Holmes, vestida con un trenchcoat verde oscuro; enseguida estaba
conferenciando con otros dos organizadores, con un plato de fideos
fríos, sobre cómo presentarían la propuesta del Consejo de Voceros esa
noche. Había llegado con un equipo que iba a conducir la asamblea
general, y el atrio rápidamente se reorganizó en torno de ellos. Pese al
tabú del movimiento sobre los líderes, muchos de este grupo habían
acumulado cierta clase de poder. “Marisa es una líder tranquila”, dice
Marina Sitrin, una facilitadora ocasional y la autora de un libro sobre
horizontalismo en la Argentina. “No es una joven Tom Hayden, el tipo de
varón blanco que por la fuerza de su personalidad y su discurso gana una
discusión”.
Cuando fue la hora de la asamblea general, una multitud de unas
cuatrocientas o quinientas personas se había reunido en torno a la
escalinata del lado oriental del parque. La mayoría pasó las siguientes
tres horas amontonada, rodilla contra rodilla, sobre la piedra fría.
“¡Espero que todo el mundo esté bien!”, gritó Nelini Stamp, una de los
facilitadores. “¡Grandes esperanzas! ¡Grandes energías!”.
“¡Grandes esperanzas! ¡Grandes energías!”, repetía la multitud.
“Esto va a llevar un siglo”, murmuró alguien al frente.
Stamp lo ignoró. Comenzó a liderar la asamblea con la canción “Solidarity Forever.”
“No a todo el mundo aquí le cabe tu pequeña política sindical”, dijo la voz al frente.
“No es una canción sindical”, dijo Stamp. “Se trata de unión como
‘unidad’”. (NDT: “Union”, en inglés, se utiliza como “sindicato” o
“Unión de Trabajadores”).
La
voz venía de un hombres de veintipico vestido con una chaqueta de
camuflaje. Estaba sentado en un banco de cemento en frente del equipo de
facilitadores, una bota sobre su rodilla, comiendo batatas fritas y
bebiendo de un vaso de Starbucks. Tenía el aspecto demacrado de alguien
que ha pasado unas semanas durmiendo afuera en la ciudad.
Conocido por otros ocupantes como Sage, había escrito “SAGE’S” (NDT:
De Sage) en la visera de su gorra de baseboll con marcador. Sage siguió
hablando mientras Holmes presentaba la propuesta. “Estos son todos
turistas”, decía. “Vos no vivís acá”. Cada vez que hablaba, la gente
sentada al lado se enderezaba y fruncía el ceño. Sage parecía no
advertirlo.
Durante un corte de veinte minutos para discutir la propuesta, Lisa
Fithian, una organizacora de cincuenta años que trabajaba con Holmes, se
abrió paso hasta el banco del frente y habló a Sage del éxito del
modelo de Consejo de Vocero. Dijo que había trabajos en la campaña
antinuclear de los ’70 y en las protestas de Seattle en 1999.
“Este no es un puto dormitorio universitario”, respondió Sage. “Hasta
que puedas hablarme honestamente, no voy a tener esta conversación”.
“Cerrá el orto”, replicó Fithian. “No necesito tus idioteces”.
“Mirá, estuve en Tompkins Square Park”, dijo Sage. “Todo la cosa ha
sido tomada por estudiantes socialistas que se infiltraron en la plaza.
Esta gente no me ve. No creen que yo entiendo. Así que veo todo”.
“Yo te oigo”, dijo Fithian.
“¿Por qué alguien que vive aquí debería aceptar a un montón de turistas?”, preguntó Sage.
“Tu energía está lastimando mi sistema”, replicó Fithian.
“Mirá, a veces tenés que poner tu cuerpo en la máquina”, dijo Sage.
“¡Esta no es la máquina!”, replicó Fithian, alzando la voz.
Un hombre alto con cara barbada trató de calmar a Sage. Su nombre era
Evan Wagner y vestía una chaqueta roja de North Face. Como Sage, era
uno de los pocos que dormía en el parque que se molestaba en ir a las
asambleas generales. A diferencia de Sage, parecía alguien que podía
encontrar un trabajo si quería.
Sage desdeñó a Wagner. “Dude, estás jugando a ser un linyera”, dijo.
Pronto, Sage se quedó tranquilo. Fue como si Fithian hubiera absorbido
la furia de Sage para que el resto de la reunión no tuviera que hacerlo.
Cuando todo el mundo regresó, cada grupo definió sus reservas
respecto de la propuesta del Consejo de Voceros. Había una pregunta
sobre exactamente cuántos bloqueos funcionarían y preocupación sobre una
“Consejo-de-Voceros-Cracia”. Los altos edificios de oficinas
canalizaban una brisa fría que venía del Hudson River. Alrededor de las
diez, un facilitador llamó a votar. “Tres personas están frustradas”,
dijo. “Cientos están siendo frustradas. Todos aquellos que estén por el
sí, por favor levanten una mano”. Sage levantó su mano.
El equipo de facilitación contó los votos y los sumó en un teléfono
celular. La propuesta fue aprobada por 284 a 17. Stamp daba saltos
arriba y abajo. Su voz estaba ronca de gritar durante tres horas.
“¡Todos son hermosos!”, gritaba. “¡Todos son increíbles!”.
Todos los que estaban por allí en los comienzos del movimiento Occupy
Wall Street hablan de la vieja izquierda “vertical” versus la nueva
“horizontal”. Con “vertical” se refieren a la jerarquía y lo que
conlleva –líderes, demandas y marchas con temas específicos. Se refieren
al cambio social como fue expuesto por Saul Alinsky en “Rules for
Radicals” (Reglas para Radicales) y por Barack Obama en “Dreams from My
Father” (Sueños de Mi Padre), donde organizadores externos incitan a las
comunidades a la acción. “Horizontal” quiere decir sín líder —como las
protestas contra la WTO en 1999 en Seattle, la Primavera Árabe e,
incluso, el Tea Party. Cualquiera puede aparecerse en una asamblea
general y reclamar una parte del movimiento. Esto hace que la gente se
sienta importante de inmediato y le da un permiso implícito para
emprender una acción. También da una cantidad desproporcionada de poder a
gente como Sage.
Una influencia a menudo citada por el movimiento es el programa de
fuente abierta (open-source software) como Linux, un sistema operativo
que compite con el Windows de Microsoft y el OS de Apple pero no tiene
propietario o ingeniero en jefe. Un programador llamado Linus Torvalds
tuvo la idea. Miles de amateurs no pagados se le unieron y eventualmente
se organizaron en grupos de trabajo. Algunos codificadores tienen más
influencia que otros, pero cualquiera puede modificar el software y
nadie puede venderlo. De acuerdo con Justine Tunney, quien continúa
ayudando a manejar OccupyWallSt.org, “hay liderazgo en el sentido de una
deferencia, así como la gente tiene una deferencia hacia Linus
Torvalds. Pero en cuanto la gente deje de respetar a Torvalds, pueden
embolsárselo” –esto es, copiar lo que ha sido construido y usarlo para
construir alguna otra cosa.
A mitad de octubre, simpatizantes en Tokio, Sidney, Madrid y Londres
realizaban actos; campamentos brotaban en casi todas las principales
ciudades norteamericanas. Casi todos ellos tenían como modelo la
Asamblea General de la Ciudad de Nueva York: sin líderes oficiales, con
facilitadores rotativos y ningún conjunto fijo de demandas. Hoy,
respaldos al movimiento Occupy se pueden hallar por todas partes, desde
graffitti anarquistas en paredes de bancos a la cuenta de Twitter de Al
Gore. En un letrero de cartón manchado por la lluvia cerca de la ventana
rota de un café de Oakland que había sido destruido por una escuadra de
anarquistas durante un choque nocturno con la policía, alguien
escribió: “Lo sentimos, esto no nos representa”. Debajo, alguien más
escribió: “Hablá por vos”.
A veces, el horizontalismo se puede sentir como un teatro utópico. Su
más grande invención es el “micrófono de la gente”, que comienza cuando
alguien grita: “¡Prueba de micrófono!”. A continuación, la multitud
grita: “¡Prueba de micrófono!”, y luego unas frases (¡frases!) son
transmitidas (¡son trasnmitidas1) a través del canto masivo (¡a través
del canto masivo!). Del mismo modo en que el póker ritualiza el
capitalismo y los juegos masivos de Corea del Norte ritualizan el
totalitarismo, el micrófono de la gente ritualiza el horizontalismo. El
problema, sin embargo, llega cuando múltiples personas tratan de llamar
al micrófono a la vez. Entonces se parece mucho a la anarquía.
Las ideas políticas de la ocupación corren en paralelo con las de la izquierda
corriente –el micrófono de la gente era usado para atacar a gritos a
Michele Bachmann y al gobernador Scott Walker, de Wisconsin, a
principios de noviembre. Pero, al final, el punto de Occupy Wall Street
no es tanto su plataforma como su forma: la gente se sienta y discute en
lugar de pasar sus quejas a Washington. “Somos nuestras demandas”, como
dice el eslogan. Y el horizontalismo parece hecho para este momento. Se
basa en que la gente forme lazos débiles rápido –algo en que la
tecnología moderna descuella.
Los acontecimientos de Nueva York parecen confirmar la intuición de
Lasn de que el desalojo temporario de los manifestantes de Zuccotti Park
era una oportunidad y no una derrota. Los organizadores fueron capaces
de reagruparse rápidamente y acordar en que debían volver al parque,
pese a las nuevas prohibiciones contra las carpas. El pasado jueves (17
de noviembre de 2011), el movimiento montó una de sus más grandes
protestas hasta la fecha. Los manifestantes trataron de cerrar la Bolsa
de Nueva York (fallaron), organizaron una sentada en la base del Puente
de Brooklyn y pulsearon con la policía en Zuccotti Park. Más de
doscientas personas fueron arrestadas. Protestas similares del Día de
Acción bloquearon temporariamente los puentes en Chicago, St. Louis,
Detroit, Houston, Milwaukee, Portland y Philadelphia.
Sin importar lo que ocurra a continuación, es probable que el centro
del movimiento salga de la Asamblea General de Nueva York, así como
salió de Adbusters, y se forme en algún otro lado, alrededor de algún
otro círculo de gente, ideas y planes. “Esto podría ser lo más grande en
que haya trabajado en mi vida”, dijo Justine Tunney, de
OccupyWallSt.org. “Pero el movimiento tendrá otros websites. Durante las
próximas semanas y meses, a medida que otras ocupaciones se vuelvan más
importantes, la nuestra se tornará lentamente irrelevante”. Sonaba como
si la irrelevancia de su proyecto fuera a la vez inevitable y deseable.
“No podemos aferrarnos a nada de ese tipo de autoridad”, añadió. “No
queremos”.
Después de un llamado telefónico de White, en la mañana en que la
Policía de Nueva York despejó Zuccotti Park, Lasn condujo hasta
Vancouver, a una casa de cien años donde funciona el cuartel general de
Adbusters. Lasn alquila los últimos dos pisos, que miran a Granville
Island y False Creek; él maneja la revista desde el sótano.
Arrojó su gastado maletín en la atestada sala de conferencias que usa
de oficina. Hay un teléfono pero no una computadora, y Lasn pasa la
mayoría del día sentado en una mesa e intercambiando ideas con sus
empleados, el mayor de los cuales tiene 32 años. Después de conferenciar
con un redactor de Adbusters y el gerente de la oficina, cambió el plan
de la bañera para esa mañana. El siguiente informe táctico sería
dividido en una serie de e-mails enviados a lo largo del tiempo. “¡El
tablero de ajedrez ha sido volteado y ahora un nuevo juego comienza!”,
razonaba Lasn, poco después del mediodía. “Las apuestas son mucho más
altas esta vez. Primero, necesitamos dejar que el polvo se asiente”.
Lasn llamó a White para hablar sobre su nuevo plan, pero éste ya se
había marchado a la Biblioteca Doe de la University of California, donde
pasa las tardes buscando trozos de pensamiento radical para la carpeta
plástica de Lasn. Es un objetivo de su día dejar detrás todos los
aparatos electrónicos para buscar lo que llama “un estallido de
claridad”.
White no está en Facebook, que llama “la comercialización de la
amistad”. Usa e-mail y Twitter sólo porque se siente obligado. Su
posición se ha suavizado desde la época en que creía en lo que llama “la
crítica heideggeriana de la tecnología —que nos vuelve materia vacía
para la exportación del capitalismo”. Lasn da la bienvenida a la
atención que Adbuster ha recibido de los medios internacionales. “Estoy
surfeando”, dice cuando le preguntó si nunca se siente empantanado por
la inundación de mensajes. White siente de otro modo: “Todos estos
e-mails —parece un ataque de corte de servicio contra mi cerebro”.
Cada día, mientras White camina de su casa a la bilioteca, enfrenta
rastros de lo que ayudó a crear: posters en vitrinas de tiendas que
apoyan una huelga general en Oakland; posters que apoyan la ocupación
pegadas sobre una estatua de football; “¡Somos el 99 Por Ciento!”,
eslogans escritos sobre los muros con tiza.
“Me siento casi como un fantasma, o como si estuviera viviendo en un
sueño, en el que mis conversaciones con Kalle se han manifestado en la
realidad”, contó. A mitad de noviembre, dieciseis horas después de que
alguien creara una corta entrada “Micah M. White” en Wikipedia, White
sugirió borrarla. “Esa persona no es notable”, escribió.